viernes, 25 de marzo de 2011

viernes, 18 de febrero de 2011

sábado, 24 de julio de 2010

La Última Voluntad y Testamento de SILVERDENE O´NEILL


Yo, SILVERDENE EMBLEM O'NEILL (familiarmente conocido por mi familia, amigos y conocidos como Blemie), debido a los muchos años y achaques que llevo sobre mí, y dandome cuenta que el final de mi vida está cerca, por la presente entrego mi última voluntad y testamento a la mente de mi Amo. Él no sabrá que está allí hasta después de mi muerte. Luego, recordandome en su soledad, repentinamente sabrá de este testimonio, y le pido entonces inscribirlo como un recuerdo a mi memoria.


No dejo muchos bienes materiales. Los perros son más sabios que los hombres. No le dan gran importancia a las cosas materiales. No pierden su tiempo acumulando propiedades. No pierden el sueño preocupándose cómo mantener los objetos que tienen, y cómo obtener los que no tienen. No dejo nada de valor, excepto mi amor y mi fe. Estos los dejo a todos los que me han amado, a mi Amo y Ama, los cuales sé me llorarán más que nadie, a Freeman, que ha sido tan buena conmigo, a Cyn, Roy, Willie y Naomi y… en fin, si nombro a todos los que me han amado, forzaría a mi amo a tener que escribir un libro. Tal vez sea vanidoso de mi parte presumir de mi cuando estoy tan cerca de la muerte, esa que devuelve todas las bestias y vanidades al polvo, pero siempre he sido un perro muy adorable.


Pido a mi Amo y Ama que me recuerden siempre, pero no que me lloren por mucho tiempo. En mi vida he tratado de ser un consuelo para ellos en tiempos de dolor, y una razón de alegría en sus momentos de felicidad. Es doloroso para mí pensar que aún en la muerte pueda causarles dolor. Quiero que recuerden que, si bien no hay otro perro que haya tenido una vida más feliz (la cual se la debo a ellos por su amor y cuidado), ahora que me he vuelto ciego, sordo y cojo, y hasta mi olfato me falla, tanto que hasta un conejo podría estar bajo mis narices y yo ni cuenta me daría, mi orgullo se ha hundido en una enferma y desconcertante humillación. Siento que la vida se burla de mí haciendo mi despedida más larga.


Es hora de decir adiós, antes de ponerme más enfermo convirtiéndome en una carga para mí mismo y aquellos que me aman. Me duele dejarlos, pero no es una pena morir. Los perros no temen a la muerte tanto como los hombres. La aceptamos como parte de la vida, no como algo ajeno y terrible que destruye la vida. ¿Qué puede venir después de la muerte, ¿quién sabe? Me gustaría creer al igual que mis colegas dálmatas que son devotos mahometanos, que hay un paraíso donde uno siempre es joven y con la vejiga llena totalmente, donde todos los días son pura diversion, con una multitud de amorosas houris, bellamente manchadas; donde las liebres corren rápido, pero no demasiado rápido (como las houris, como las arenas del desierto, donde cada maravillosa hora es hora de comer, donde en las largas noches hay un millón de hogueras ardiendo por siempre, y uno se acurruca y cabecea mirando las llamas y sueña, recordando los viejos días en la tierra y el amor del Amo y la Ama.


Me temo que esto es más de lo que, un simple perro como yo, puede esperar. Pero la paz, al final, es cierta.

Paz y largo descanso para un cansado corazón, cabeza y extremidades, y el sueño eterno en la tierra que he amado tanto. Tal vez, después de todo, esto es lo mejor.


Una última petición pido hacer. He oído decir a mi Ama, "Cuando muera Blemie nunca debemos tener otro perro. Lo amo tanto que jamás podría amar a otro". Ahora le pido, por el amor que siente por mí, que tenga otro. Sería un pobre homenaje a mi memoria nunca tener un perro de nuevo.

Lo que me gustaría es que sienta, que después de haberme tenido en la familia, ahora ella no pueda vivir sin un perro! Nunca he tenido un espíritu egoísta y celoso. Siempre he sostenido que la mayoría de los perros son buenos (y un gato, el negro al que le he permitido compartir la alfombra de la sala durante las noches, cuyo afecto he tolerado en un espíritu de amabilidad, e incluso, en raros momentos sentimentales, hemos tenido un poco de recíproco jugueteo). Algunos perros, por supuesto, son mejores que otros. Los dálmatas, naturalmente, como todos saben, son los mejores. Por ello, les propongo un dálmata como mi sucesor. Dificilmente él podrá estar tan bien criado o bien educado o ser tan distinguido y guapo como yo en mi mejor momento. Mi Amo y Ama no deben pedir lo imposible. Pero él hará todo lo posible, estoy seguro, y hasta sus inevitables defectos en comparación ayudarán a mantener mi memoria viva. A él le cedo mi collar, mi correa y mi abrigo impermeable mandado a hacer especialmente en 1929 en Hermes, París. Él nunca podrá llevarlo con la distinción que yo tenía, caminando por la Place Vendôme, o a lo largo de Park Avenue, con todos los ojos fijos en mí llenos de admiración, pero de nuevo estoy seguro de que hará todo lo posible para no parecer un simple perro de provincia. Aquí en el rancho, puede probar ser muy digno de comparación, en algunos aspectos. Asumo que se acercara más a las liebres de lo que yo he podido en los últimos años.

Y por todos sus defectos, yo por la presente le deseo la felicidad que sé será suya en mi viejo hogar.


Una última palabra de despedida, Querido Amo y Ama. Cada vez que visiten mi tumba, digan con pesar, pero también con felicidad en sus corazones en recuerdo de mi vida infinitamente feliz con ustedes:

"Aquí yace alguien que nos ha amado y que nosotros amamos".


No importa cuan profundo sea mi sueño, los escucharé, y ni todo el poder de la muerte podrá evitar que mi espíritu menee la cola agradecido.


-Eugene O´Neill- (circa 1940)

miércoles, 12 de mayo de 2010

domingo, 18 de abril de 2010